Basta con mencionar el nombre de Peter Drucker para que el
interés renazca de las carcomidas estructuras académicas, gerenciales y
empresariales. Según parece, la fuerza de Drucker no sólo radica en el respeto
que se ha sabido ganar, sino también en la necesidad que se siente de conocer
su legado; un legado que durante muchos años ha pasado desapercibido, pero que
poco a poco va calando de distintas maneras en el pensamiento administrativo y
social contemporáneo.
Peter Drucker, genio para algunos y farsante para otros, personifica
la experiencia, la valentía, la reflexión, la imparcialidad, la humildad, la
elegancia y el refinamiento; elementos éstos que conforman una adictiva combinación
de imágenes y símbolos cautivantes, hasta ser considerado como uno de los
líderes más influyentes del siglo XX.
Pero Peter Drucker no es para todos. Comprender a Drucker
significa despojarse de los artilugios mentales que impiden ver más allá de lo
que nuestros ojos nos permiten; significa abrir nuestra mente a nuevas formas
de pensar, de hacer, de conocer; significa apartar la mirada de lo cotidiano,
borrar los límites de nuestra imaginación y descubrir lo que nos apasiona, aun a
sabiendas de que muy posiblemente no lograremos articular totalmente sus
implicaciones. Significa, tomando las propias palabras de Drucker, reconocer que las
premisas sobre las que se han construido y manejado las organizaciones ya no
encajan con la realidad.
El camino que nos señaló Drucker no es para gerentes cobardes
ni para miembros de pandillas populacheras; ese sendero sólo está abierto para quienes
creyendo en sus propias verdades confían plenamente en sus capacidades; para
quienes asuman su vida con sentido de responsabilidad y grandeza, para quienes sientan
que además de ser propietarios de su destino también son capaces de influir moralmente en los demás,
y para quienes estén convencidos de que el odio y la envidia son los
principales ingredientes de los modelos políticos que en nombre de la libertad
y la soberanía, atentan contra las propias libertades y contra la capacidad de tomar
decisiones genuinas.
Quizás estemos demasiado amarrados a la historia; quizás no
queramos pensar demasiado para no sentirnos infelices, pero de no romper esas cadenas, el
legado de Peter Drucker no encontrará eco y seguiremos viviendo en el oscurantismo
académico, gerencial y empresarial que hoy prevalece en buena parte de la
sociedad occidental.
Muchos desafíos nos esperan, pero abrazar el descontento y
aborrecer la mediocridad son los primeros retos de cualquier sociedad que mire
al futuro. Drucker no estaba equivocado: “sólo la productividad de una nación
puede generar equidad entre su pueblo”. Hoy, su pensamiento está más vigente
que nunca.