Postconvencionalismo ético: entre la tradición y la ruptura

El desvanecimiento del pasado no debe significar el desvanecimiento de la historia, ni tampoco la fuente normativa de lo actual y lo contemporáneo. El pasado no es más que una forma de dar significado al tiempo sin que pueda pretenderse su oposición respecto al futuro, puesto que la reflexión sobre lo nuevo, lo deseado, lo necesario y lo transcendente, debe nacer del diálogo con la memoria histórica; es decir, debe engendrarse en la comprensión de la tradición para así entender los límites del mundo y de lo humano.

Si bien la idea de lo convencional remite a la historia y la tradición, lo postconvencional no se constituye en su opuesto ni significa la negación de las costumbres. Las crisis que hoy se padecen no son crisis de convencionalismos, sino más bien, de postconvencionalismos inspirados en las negaciones y en las rupturas materializadas al margen de lo humano y de lo cultural; postconvencionalismos sustentados en la racionalidad excluyente de símbolos y discursos, con la que coercitivamente se han pretendido unificar verdades, homogeneizar ideas morales y estandarizar estilos de vida.

Todo tiempo pasado es en sí mismo, tradición y ruptura. No habría razón para suponer, entonces, que esta dialógica que marcó el transcurrir del hombre y de sus circunstancias altere su continuidad histórica. Se abren, eso sí, nuevos espacios para la reflexión y nuevas formas para reinterpretar el presente; nuevos contenidos éticos con los que se intenta evadir la ceguera hacia el futuro, al mismo tiempo en el que se supera la desmemoria gestada por dicha ceguera.

Por ello, modernidad y postmodernidad son conceptos que no pueden ser interpretados al margen de la tradición y la ruptura, puesto que si algo demandan las formas contemporáneas del mundo de vida, es precisamente, la exaltación de los equilibrios entre lo viejo y lo nuevo; entre la certeza y la incredulidad; entre la razón y la emoción; equilibrios de los que emerge una ética que, aun amparada en la idealización del presente y del futuro, hunde sus raíces en la sabiduría humana que resulta de la tradición; una ética postconvencional, que rescata lo que necesita del pasado para acompañar el viaje del hombre hacia nuevos horizontes más plurales y por lo tanto, más ambiguos y complejos.